Desde muy pequeños aprendemos a
disimular nuestros pensamientos, a decir a los sensibles y los inseguros lo que
sabemos que quieren oír, con cuidado de no ofenderlos
“Si usted hace
ostentación de ir contra la corriente, alardeando acerca de sus ideas poco
convencionales y sus actitudes heterodoxas, la gente pensará que usted sólo
desea llamar la atención y que desprecia a los demás. Encontrarán la forma de
castigarlo por hacerlos sentir inferiores. Es mucho más seguro confundirse con
la masa y adoptar un cierto aire “común”. Limítese a compartir su originalidad
con amigos tolerantes y con aquellas personas de las que está seguro que
aprecian su forma de ser, diferente y especial”.
Todos mentimos y
ocultamos nuestros verdaderos sentimientos, ya que la libertad de expresión
absoluta es algo socialmente imposible. Desde muy pequeños aprendemos a
disimular nuestros pensamientos, a decir a los sensibles y a los inseguros lo
que sabemos que quieren oír, con cuidado de no ofenderlos. Para la mayoría esto
es natural: “hay ideas y valores que la mayoría de la gente acepta y que no
tiene sentido discutir. Creemos lo que queremos creer, pero hacia fuera
llevamos puesta una máscara”.
Hay individuos, sin
embargo, que interpretan estas limitaciones como una intolerable restricción a
su libertad y por lo tanto sienten la necesidad de demostrar la superioridad de
sus valores y convicciones. Sin embargo, a la larga sus argumentos suelen ofender
a más personas de las que convencen. El motivo por el cual los argumentos no
funcionan es que la mayoría de la gente se aferra a sus ideas y valores sin
pensar mucho en ellos. En sus convicciones hay un fuerte contenido emocional:
No quieren reelaborar sus hábitos de pensamiento, y cuando usted los desafía
–ya sea de manera directa, a través de sus argumentos, o indirectamente, a
través de su comportamiento- adoptan una actitud hostil.
Las personas sabias
y sagaces aprenden pronto que pueden mostrar un comportamiento convencional y
expresar ideas convencionales sin tener que creer en ellos. El poder que
obtienen al combinar ambas posiciones es el de gozar de la libertad de pensar
lo que quieran, y expresárselo a quienes quieran sin sufrir aislamiento ni ostracismo.
Una vez establecida una posición de poder, pueden tratar de convencer a un
círculo más amplio, quizá actuando de manera indirecta, mediante las
estrategias de ironía e insinuación puestas en práctica por Campanella.
A fines del siglo
XIV los españoles iniciaron una persecución masiva de los judíos; asesinaron a
miles y expulsaron del país a muchos otros. Los que permanecieron en España
fueron obligados a convertirse al cristianismo. Sin embargo, durante los
trescientos años siguientes los españoles observaron un extraño fenómeno que
los inquietó en grado sumo: muchos de los conversos vivían por fuera como
católicos, pero de algún modo conservaban su fe judía y practicaban su religión
en privado.
Muchos de estos
judíos, llamados “Marranos”, ocupaban altos cargos en el gobierno, se casaban
con miembros de la nobleza y se mostraban como perfectos y piadosos cristianos;
sólo muchos años después se descubrió que eran judíos practicantes. (La
Inquisición española tenía la misión específica de identificarlos).
A través de los
años dominaron el arte del disimulo; exhibían crucifijos en sus casas, daban
generosas donaciones a la Iglesia y hasta hacían ocasionales observaciones
antisemitas... todo esto mientras, por dentro conservaban su libertad de culto.
Las personas sabias y sagaces aprenden pronto que
pueden mostrar un comportamiento convencional y expresar ideas convencionales
sin tener que creer en ellos
Los “Marranos”
sabían que en la sociedad lo que importa son las apariencias. La estrategia es
muy simple: como hizo Campanella al escribir “El ateísmo conquistado”, adécuese
de manera ostentosa al entorno; llegue, al extremo de ser el más celoso abogado
de la ortodoxia predominante. Si usted conserva las apariencias convencionales
en público, pocos sospecharán que usted piensa de manera diferente en privado.
No tenga la
ingenuidad de creer que en nuestros tiempos las viejas ortodoxias han
desaparecido. Jonas Salk, por ejemplo, creía que la ciencia había superado la
política y el protocolo. De modo que en su búsqueda de una vacuna contra la
poliomielitis, violó todas las reglas al anunciar públicamente su
descubrimiento antes de mostrarlo a la comunidad científica, atribuirse el
mérito de la nueva vacuna sin reconocer a los científicos que habían preparado el
camino para el descubrimiento, y convertirse así en una estrella. Quizás el
público lo amara, pero los científicos lo evitaban. Su falta de respeto por la
ortodoxia de su comunidad lo dejó aislado; pasó años tratando de cerrar la
brecha y luchando por obtener financiación y cooperación.
Bertolt Brecht fue
sometido a una moderna forma de Inquisición –el Comité de Actividades
estadounidenses- y la encaró con considerable habilidad. Como había trabajado
esporádicamente para la industria cinematográfica estadounidense durante la
Segunda Guerra Mundial, en 1947 Brecht fue citado, ante el Comité, para
responder preguntas en relación con sus supuestas simpatías por el comunismo.
Otros escritores citados atacaron a los miembros del Comité y se comportaron de
la forma más beligerante posible, a fin de obtener la adhesión del público. Por
su parte, Brecht, que en efecto había trabajado por la causa comunista, se
manejó de forma totalmente opuesta: contestó las preguntas con ambigüedades de
difícil interpretación. Tomó una actitud semejante a la de Campanella. Hasta se
vistió de traje –algo nada frecuente en él- y fumó un cigarrillo durante el
interrogatorio, sabiendo que un miembro clave del Comité tenía pasión por los
cigarrillos. Al final logró seducir a los miembros del Comité, que lo dejaron
en libertad.
Después de haber
abandonado los Estados Unidos, Brecht se trasladó a Alemania Oriental, donde se
encontró con otra variante de la Inquisición. Allí estaban en el poder los
comunistas, que criticaban sus obras por decadentes y pesimistas. Brecht no
discutió; introdujo pequeños cambios en los guiones de las obras que se
encontraban en cartel, a fin de acallar a sus censores. No obstante, consiguió
que, en la versión literaria, los textos se publicaran tal como él los había
escrito. En ambos casos, su fachada conformista le dio la libertad de trabajar
sin problemas, sin tener que cambiar su forma de pensar. Al final, logró
transitar sano y salvo por tiempos peligrosos, en diferentes países, gracias a
su fingido conformismo, con lo cual demostró que era más poderoso que las
fuerzas de la represión.
El hombre que
maneja bien el poder no sólo evita ofender al prójimo como Pausanias y Salk,
sino que aprender a interpretar el papel del sagaz zorro y simular un cierto
toque “común”. Ésta es la maniobra a la que han recurrido estafadores y
políticos de todos los tiempos. Líderes como Julio César y Franklin D.
Roosevelt superaron su natural posición aristocrática para cultivar cierta
familiaridad con el hombre común. Esta afinidad se expresaba a través de
pequeños gestos, a menudo simbólicos, para demostrar a la gente que sus líderes
compartían los valores populares, a pesar de su diferente posición social.
La extensión lógica
de esta práctica es la tan valiosa habilidad de ser todo para todo el mundo.
Cuando usted se integre en determinada sociedad, deje atrás sus propias ideas y
valores y póngase la máscara más apropiada para el grupo en que se encuentra.
Bismarck llevó adelante este juego durante años con gran éxito: había quienes
intuían vagamente a qué estaba jugando, pero no veían sus intenciones con
claridad suficiente como para preocuparse. Los demás se tragarán el anzuelo
porque les halaga el pensar que usted comparte sus ideas. Si se maneja con
cuidado, no lo tomarán como hipócrita, porque ¿cómo podrían acusarlo de
hipócrita, si no saben con exactitud cuál es su posición? Tampoco lo verán como
a una persona carente de valores. Por supuesto que usted tiene valores, los
valores, que comparte con ellos, mientras se encuentren en su compañía.
El rebaño evita a
la oveja negra, pues duda de su pertenencia al rebaño. Entonces la oveja negra
trota detrás de todas o se aparta del rebaño, donde la arrinconan los lobos y
pronto la devoran. Permanezca con el rebaño; el número garantiza seguridad.
Guarde sus diferencias en su mente; no las lleve visibles en su vellón.
Si usted hace ostentación de ir contra la
corriente, la gente pensará que usted sólo desea llamar la atención y que
desprecia a los demás
Lore Elorza
Recopilación tomada del libro "Las 48 Leyes del Poder"
Este es un tema de esos que te hacen pensar y sobre todo te sacan una buena reflexión, yo soy de ir contra la corriente, no tengo pensamientos convencionales y por ello me he ganado muchas broncas pero también una gran tranquilidad y paz en mi interior que creo que hace que valga la pena completamente :) Un abrazo guapa :)
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